El minimalismo hace referencia a una corriente estética de la década de los 60´s, que se manifestó en la pintura, escultura, arquitectura, decoración, y que en las últimas décadas ha pasado a ser una filosofía de vida.
Básicamente se trata de reducir los objetos, entornos, prácticas cotidianas a su más mínima expresión, a su esencia. Tal y como afirmaba el arquitecto Ludwig Mies van der Rohe “Less is more” (menos, es más). Mientras menos elementos en nuestro espacio de trabajo, más capaz será nuestra mente de pensar con claridad y ser más productiva. Esto puede aplicarse tanto en los elementos decorativos de la oficina, el escritorio, los diferentes entornos, como también en la forma en que se organizan las tareas en la agenda, el orden en que trabajamos los documentos, la cantidad de pendientes en nuestra mente.
Para ello, debemos de poner en práctica la abstracción, intentando eliminar ideas preconcebidas de cómo deben ser las cosas y trabajando sobre un lienzo en blanco. Podemos partir de cuestionarnos antes de colocar cualquier cosa con preguntas como ¿Necesito realmente esto para hacer bien mi trabajo? En qué medida ciertos diseños o decorados en lugar de motivación fungen como una distracción para la naturaleza de la empresa.
Seamos realistas, el hecho de poner diez tareas a realizar en la agenda diaria, cuándo sabemos que solo nos dará el tiempo para hacer cinco, podría más que aumentar nuestra productividad generarnos frustración por el trabajo pendiente. El abordar la agenda como una lista de cosas realizables puede incidir de forma positiva en la energía con la que abordamos dichas tareas.
Intenta analizar tu entorno de trabajo y piensa cuáles cosas podrían estar guardadas, dispuestas en otro lugar, de cuáles podríamos directamente prescindir o qué es una fuente de distracción constante. Recuerda, menos, es más.