La competitiva naturaleza de los negocios hoy en día, combinada con la diversidad de culturas, generaciones y capacidades de la fuerza de trabajo, ha hecho un agudo énfasis en el manejo de equipos de trabajo y más en las conocidas “empresas medianas y pequeñas” (PYMEs).
Para poder hacer que el equipo se integre en la empresa, ésta tiene que tener muy bien definida su misión, es decir la dirección única a seguir y saber cómo cumplirla, es decir los valores.
Debemos centrarnos en lo que somos fuertes y focalizar nuestras actividades en aquellos nichos rentables, haciendo al grupo, a los empleados, partícipes de esos objetivos y tratar de construir los valores dando significado a lo que se hace, asegurando la buena relación del grupo así como el crecimiento del equipo (lo que obligará a asumir riesgos) y mostrando como cada uno contribuye al objetivo final.
Estos valores no deben quedarse en una declaración formal, sino que tienen que ponerse en práctica y llevarse a la realidad en todos los niveles. Será fundamental que la misión y los valores estén alineados en la misma dirección.
Sólo se dará un equipo ideal, cuando exista un jefe capaz de serlo. Ojo, tampoco existe el “jefe ideal”. Es un emprendedor, un profesional abierto y honesto, donde no le importe que sus colaboradores tengan poca experiencia, pues es capaz de inducirlos y mantener un continuo aprendizaje en ellos sin importarle que ellos crezcan tanto igual o más que él. Sólo un profesional como ese, con esos méritos, será capaz de mantener un equipo de trabajo ideal, porque verdaderamente será un equipo integrado y feliz de trabajar en grupo.
Implantar la honestidad y crear un clima que garantice que cada uno tiene capacidad para aportar son también fundamentales para que el equipo funcione. El equipo de trabajo que nace y se hace a partir de un entendimiento sincero sin importar las situaciones difíciles que hayan pasado juntos, son los que realmente perduran en la vida. Estas relaciones de amistad se mantienen aún fuera del lugar donde nacieron.